miércoles, 14 de julio de 2021

RELACIÓN AMOROSA


Está implacablemente quieta frente a mí. La miro, inexpresivo, y la noto más fría que de costumbre. Me asusta verla tan seria, tan inconmovible. Casi nunca es así... ¿Seré yo el que no comprende la situación? ¿Seré yo el que no sabe cómo actuar ante este difícil momento? ¿Será el hecho de que siempre me costaron las palabras? Hemos estado juntos mucho tiempo, muchas noches de insomnio compartido, disfrutando de la música que nos gusta. Tanto tiempo estuvimos juntos que me es difícil aceptar esta relación extraña y no sé cómo sobrellevar el momento. ¿Por qué ese rechazo? ¿Por qué ese alejamiento? ¿Por qué no me deja acercar, acariciarla, tocarla suavemente, soñar juntos? Me cuesta mirarla sin bajar la vista instantáneamente. ¿Qué día es hoy? Viernes... ¿Será el cansancio lógico del último día laboral? No... Nunca estuvo así, ni siquiera los viernes. No es una cuestión de días ni fechas especiales. Mis manos se acostumbraron tanto a ella que hoy me parece mentira esta timidez que me nace desde adentro. Qué misterioso es el hombre, cuántas zonas oscuras guarda dentro de sí y es ignorante a la hora de descifrarlas para hacer frente a las situaciones límites. ¿Qué es lo que me ocurre hoy que no puedo enfrentarla ni siquiera con la vista?
No sé que le pasará a ella, pero tengo ganas de decirle que sin su compañía la vida se me haría muy dura. Es cierto que en tantos años de vida compartida vivimos momentos similares al actual, sin que yo le dirigiera una sola palabra... Pero es algo que ella debería comprender. Yo soy así, a esta altura de mi vida no podría cambiar. Primero, porque no quiero. Y segundo, porque no sabría vivir de otra forma. La necesito, es cierto, pero ella no es todo en mi vida. No comprende que para mí existen otras cosas lindas... ¿Para qué enumerarlas? Ellas las conoce mejor que yo.
Pero lo extraño de esta situación es que por primera vez siento tan fuerte su rechazo. Y tengo temor de que a ese rechazo lo esté provocando yo mismo. Su quietud y mi imposibilidad de mover un solo dedo para tratar de cambiar la situación me preocupan. ¿Nos estaremos distanciando sin darnos cuenta? Quizás sea algo pasajero. Tengo ganas, demasiadas, de tocarla, de contarle lo que siento, de dar rienda suelta a mis fantasías, a mis sueños, a mis deseos, a mis locuras, a mis ganas inmortales de volar, y se lo quiero decir ya, sin esperar a mañana, pero tengo miedo, o no tengo ganas, o... La situación me provoca escalofríos. ¿Vergüenza? No sé… Quizás ella esté queriendo decirme algo. Así de simple, con su silencio. Un silencio que invita constantemente a organizar mis pensamientos, a cuestionarme todo lo que pienso, siento y quiero. Silencio que me ayuda a seguir viviendo y en estos momentos creo que ella también me está pidiendo una tregua. Estos distanciamientos a veces son muy útiles para poder dedicarlos a pensarnos a nosotros mismos.
Siento las manos atadas, la mente en blanco, el corazón detenido. Como si mis fuerzas y mis ganas hubiesen sido destruidas por algo misterioso. ¿Cuándo será el día que tenga la suficiente valentía para hacer lo que realmente siento y quiero? ¿Cuándo adquiriré la suficiente libertad para hacer valer mis ideas, mis ocurrencias? Seguramente hay algo o alguien que me está presionando. ¿Será el mismo conocimiento de las cosas? Sé que nada queda por crear, pero ¡cuántas cosas quedan por decir! ¡Cuántas palabras dando vueltas por el mundo buscando encontrarse y combinarse para juntas decir algo novedoso entre todas las cosas que ya fueron dichas por tantos hombres y mujeres!...
Pero sigo aquí, frente a ella, sin saber qué hacer ni decir. Y si hay algo que me sobra es esperanza para seguir. Sé que todavía tengo mucho por dar, mucho por aprender, por ver. El conocimiento es infinito, por suerte. ¿Se imagina alguien lo aburrido que sería conocer todo? La vida perdería sentido. No habría metas. No existirían los ideales. Desaparecerían los deseos. Se perderían las utopías. ¿Para qué vivir entonces?
Creo que está empezando a cambiar la cara. A medida de que transcurren los segundos la voy notando más simpática y van creciendo en mí las ganas hermosas de volver a acariciarla, de contarle mis cosas, de que seamos nuevamente uno y para siempre. Ella y yo. Así de simple. El uno para el otro.
El afecto perdido comienza a renacer, me acerco, la acaricio y no me rechaza. Vuelvo a sentir el calor y el sentimiento que tanto extrañaba. Su dureza corporal se debilita ante mis primeras palabras. Se muere la frialdad. Mis primeras caricias parecen gustarle. Advierto que nuevamente sentimos esa alegría que hace momentos creíamos imposible recuperar. Ahora vuelvo a creer. Mi vieja Olivetti vuelve a brindarse como siempre ante mis pensamientos desordenados y arbitrarios.




"La Olivetti con la que tecleé mis primeros escritos"







3 comentarios:

  1. las cosas a veces se nos rebelan, no? también son cuerpos pero tal vez de percepciones imperceptibles para nuestra humana ansiedad...
    una historia de amor con las cosas, ésas que nos permiten nombrarlas, ésas con las que escribimos nuestra historia para que sea posible
    hermoso texto sobre el berretín de escribir, felis!

    ResponderEliminar
  2. En esa Oliveti transcribí "Informe sobre ciegos" del maestro Sábato; noches y días tecleando el texto en la máquina de papá... mucha nostalgia recordando el pasado.

    ResponderEliminar
  3. Me encantó este relato, Felis. Ese vínculo tan especial que generamos con algunas cosas es siempre indestructible. Yo también mis primeros textos los escribí en una máquina de escribir, que con el tiempo fui desplazando porque se trababa... Y ahora en este teclado blandengue carente de sentimientos...

    Cariños!

    ResponderEliminar